Brasilia, Brasil – Bahiano de nacimiento y brasiliense de corazón, Orlando Barros, 52 años, viene recorriendo senderos en ambientes naturales desde hace más de dos décadas. En el currículum del viajero constan hechos como las travesías de Chapada Diamantina, en el estado de Bahía; de Marins-Itaguaré y de la Sierra Fina, entre São Paulo, Minas Gerais y Rio de Janeiro; y de casi 160 km a pie por el Cerrado brasileño central.
Semejante inspiración puede ser fruto de los estudios juveniles de Biología y Geología, pero también de las travesuras cuando era niño en medio de bosques conservados – desapariciones del precoz errante que siempre dejaban a los padres y abuelos en alerta.
“Desde pequeño tuve interés por los senderos, por conocer lugares diferentes y favorables a las caminatas al aire libre, como Chapada Diamantina, que conocí cuando joven y que a cada paso ofrecía bellos paisajes y caídas de agua. Ese contacto con los ambientes naturales alimentó el deseo por las caminatas de hoy”, cuenta Barros, que en los próximos meses sigue rumbo a la cadena de montañas de Mont Blanc, entre Francia, Italia y Suiza.
El año pasado, caminó 440 km de la Appalachian Trail, sendero señalizado, con abrigos y puntos para campamento que cruza 14 estados en el este de Estados Unidos. Así, Barros se juntó al creciente grupo de aventureros que recorre parte o incluso todos los 3,5 mil km de aquella ruta, ayudando a mantener uno de los mayores corredores ecológicos del planeta.
Pasos históricos
La formación de la Appalachian Trail comenzó en los años 1920, cuando el ingeniero forestal y paisajista Benton MacKaye proyectó que un gran sendero ayudaría a salvar bellos paisajes atrayendo turistas de ciudades vecinas. Casi un siglo después, la idea está viva gracias al trabajo de miles de voluntarios, al apoyo del gobierno norteamericano y de instituciones de enseñanza e investigación.
“El sendero mantiene ambientes naturales para más de dos mil tipos de animales y plantas sensibles, raros o amenazados de extinción. También es un importante corredor para especies migratorias, especialmente de aves”, dice Laura Belleville, vicepresidente del Programa de Conservación y Senderos de la Appalachian Trail Conservancy, asociación dedicada al manejo, difusión y conservación del sendero.
Distribuida entre las ciudades de Springer Mountains (Georgia) y Katahdin (Maine), la Appalachian Trail conecta 14 áreas protegidas, como parques y bosques nacionales, además de tierras fiscales y privadas (vea el mapa). También une senderos al sur y al norte de Estados Unidos, formando una ruta con casi 9 mil km que llega hasta el vecino Canadá.
“La Appalachian creó una red ecológica contigua lineal que, a lo largo del tiempo, se expandió no solo en longitud pero también en largura. Como gran parte del este de Estados Unidos es densamente poblado, el sendero representa la única área protegida en escala continental en aquella región del país”, afirmó Gary Tabor, director ejecutivo del Center for Large Landscape Conservation, institución dedicada al estudio de la ecología en grandes territorios.
No fue por acaso, entonces, que el brasileño Orlando Barros observó ardillas, aves, puercos salvajes, venados y hasta osos en su jornada. Al final de cuentas, aquel sendero es un gran refugio para la vida salvaje, mantenido por el interés turístico de las caminatas en ambientes naturales. “Todas las partes por donde pasé estaban bien conservadas y con bastante vegetación, donde los animales eran fácilmente avistados por los caminantes”, dijo Orlando.
Investigaciones están mostrando resultados semejantes para la conservación de la naturaleza asociada al turismo en la Pacific Crest Trail, con más de 4 mil km entre México y Canadá, en la costa oeste de Estados Unidos, y en otras representantes del sistema norteamericano de Sendero, que en 2018 completa medio siglo de reconocimiento legal.
Sus 95 mil km de caminos señalizados forman una inmensa red que conecta casi 200 parques nacionales y otras reservas donde la conservación de la naturaleza tiene reglas más rígidas, además de numerables otras áreas verdes.
Del mundo a Brasil
La experiencia norteamericana encuentra pares en varios otros países, todos dedicados a establecer y mantener redes de grandes senderos para fomentar el turismo interno e internacional y, como invariablemente esos caminos conectan áreas preservadas, estimular el mantenimiento de espacios para la vida salvaje.
En Chile, 1200 km están señalizados de norte a sur del país, mientras un sinuoso sendero llega a 440 kilómetros en Líbano. En Europa, 12 grandes rutas cruzan decenas de países. El año pasado, Canadá conmemoró sus 150 años de independencia dando los primeros pasos para consolidar un mega sendero con 24 mil km. En Japón, es posible caminar casi 1700 km por áreas poco conocidas del país en la Tokai Natual Trail.
La red de colaboradores World Trails Network cuenta cerca de 200 grandes senderos por todas las regiones del planeta. Uno de ellos es la Transcarioca, con más de 180 kilómetros señalizados en el estado de Río de Janeiro. Su consolidación, luego de dos décadas de planificación y trabajo de voluntarios y servidores públicos, es parte de un creciente movimiento por la formación y señalización de senderos en Brasil, dentro y fuera de parques nacionales y otras áreas protegidas.
Las metas del Gobierno Federal implican la implementación de 12 mil km de senderos en el país, como la Ruta del Descubrimiento, el Corredor del Litoral y los caminos de Peabiru, de los Goyases y de las Araucarias. Casi 1200 km ya están señalizados. Ya el Camino de la Mata Atlántica conectará los estados de Río de Janeiro, São Paulo, Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur por 3 mil km de senderos. La apuesta tiene el apoyo del gobierno, de organizaciones no gubernamentales y de la población.
“El establecimiento de los senderos avanza con más efectividad y calidad con el apoyo de los gobiernos estaduales y municipales, de las comunidades, entidades y voluntarios de cada región. Sin eso, sería imposible obtener los resultados que registramos hoy en Brasil”, dijo Pedro Menezes, coordinador general de Uso Público y Negocios del Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) , órgano responsable por las estrategias y acciones federales ligadas a áreas protegidas y conservación de la vida salvaje.
Corredores ecológicos y grandes senderos son herramientas reconocidas por la legislación brasileña para ampliar la conectividad entre áreas reservadas y para el mantenimiento de la vida salvaje. Es por medio de esas carreteras verdes que los animales se mueven por los diferentes territorios, ayudando a mantener vivos los bosques y otras formaciones naturales.
Según Menezes, del ICMBio, los grandes senderos también pueden reducir el aislamiento territorial de parques nacionales y otras áreas protegidas en el país, muchas veces provocado por un modelo de desarrollo económico todavía basado en la completa eliminación de la vegetación nativa fuera de las reservas ecológicas.
“Para que esto ocurra, los senderos necesitan ser atractivos en elementos naturales, históricos y sociales, además de ser fuentes de buenos negocios. Sólo así será posible competir con otros usos económicos en las diferentes regiones”, reflexiona.
Impulso económico
La ciudad de Damascus, en Virginia, es vecina del sendero de Los Apalaches, y recibe tantos mochileros, ciclistas, practicantes de deportes acuáticos y otros tipos de turistas que se ganó el nombre de Ciudad de los Senderos de Estados Unidos.
Para Jordan Bowman, gerente de Relaciones Públicas y Redes Sociales de la Appalachian Trail Conservancy, se trata de un excelente ejemplo de cómo las comunidades locales, la recreación al aire libre y la conservación ambiental pueden beneficiarse mutuamente.
“Miles de personas visitan Damascus para tener una experiencia más próxima de la naturaleza y eso ayuda a impulsar la economía y empresas locales. La historia es semejante para muchas otras comunidades cercanas de la Appalachian Trail, que entendieron la importancia de proteger las áreas naturales”, comenta.
Análisis mostraron que los turistas invierten de U$ 220 a U$ 2400, dependiendo especialmente de cuántos días permanecen en aquel gran sendero norteamericano. Los recursos son usados principalmente en restaurantes, tiendas de equipamientos, hoteles, posadas y campings, combustible e ingresos a las áreas protegidas. Así, los tres millones de personas que a cada año andan por la Appalachian Trail inyectan en la economía del país un promedio de U$ 4 mil millones.
Un estudio publicado por la Universidad Edith Cowan, en Australia, se dedicó a la economía asociada a grandes senderos en países como Nueva Zelanda, Reino Unido, Sudáfrica, Alemania, Estados Unidos y Corea del Sur. La investigación concluyó que los senderos siempre benefician a las economías de las regiones donde están y también que el modelo más sostenible de financiamiento para su mantenimiento se da con alianzas entre gobiernos y organizaciones sin fines lucrativos.
“Este modelo aumenta las posibilidades de captación de recursos y de reducción de costos con el aprovechamiento de voluntarios para el mantenimiento de los senderos y otras tareas. Además, las estrategias para impulsar el turismo, como la publicidad y el desarrollo de productos y destinos atraen más usuarios y promueven alianzas con el sector privado, ampliando las posibilidades de sostenibilidad financiera de los senderos”, dice el análisis firmado por Kerstin Stender, coordinador de Senderos del Departamento de Parques y Vida Salvaje en el estado de Australia Occidental.
En Brasil, el turismo asociado a ambientes naturales está en franca expansión. Gracias a un mejor control del número de visitantes e inversiones en infraestructura y publicidad, el número de personas ingresando a parques nacionales y otras áreas protegidas federales saltó de 3 millones para casi 11 millones, en una década. Este flujo turístico mueve más de mil millones de dólares por año, mantiene 43 mil empleos e inyecta más de 500 mil millones de dólares al Producto Interno Bruto (PIB) de Brasil.
Mientras tanto, inversiones gubernamentales quieren ampliar la visibilidad del país como destino de viajes de extranjeros y atraer más de 40 millones de brasileños al mercado interno del turismo. Al cabo, el Foro Económico Mundial posiciona a Brasil como el ” número uno” en competitividad turística entre los países cuando la diversidad de su patrimonio natural es colocado en la balanza.
Todo es tan prometedor como recorrer un gran sendero en medio de la naturaleza.
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